Claves del día de Jose Antonio Vizner
He estado observando con atención los rumores sobre un posible cambio en la política arancelaria de Donald Trump. Según algunos medios, como The Washington Post, el enfoque podría pasar de ser generalizado a uno dirigido estratégicamente a sectores específicos, como defensa, energía o suministros médicos. Trump, fiel a su estilo, desmintió de inmediato la información en Truth Social, tachándola de “Fake News”. No obstante, la idea merece reflexión. Un enfoque más selectivo podría tener méritos si se maneja con precisión, pero el verdadero dilema radica en las implicaciones políticas: ¿se trata de apoyar la industria nacional o simplemente de ejercer poder selectivo sobre aliados y rivales?
Este posible giro no es trivial. Durante su mandato anterior, Trump ya planteó aranceles universales del 10% al 20% para reducir el déficit comercial. Si bien estas medidas ganaron aplausos de algunos sectores manufactureros, también encendieron tensiones globales. Ahora, bajo su nueva bandera, una política de aranceles selectivos podría ser tanto un arma económica como una herramienta política, dependiendo de a quiénes se dirija y con qué criterios.
Europa, en un giro conservador
Mientras Trump sigue afinando sus estrategias, Europa se enfrenta a desafíos similares, aunque con una narrativa distinta. El ascenso de gobiernos conservadores, como el que encabeza Meloni en Italia, y los movimientos hacia la derecha en Austria bajo Herbert Kickl, están redibujando el mapa político del continente. La política inclusiva y “para todos” defendida por líderes como Ursula von der Leyen enfrenta un escepticismo creciente. Aquí se percibe una verdad incómoda: el modelo de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” empieza a agotar su aceptación. La reacción es un giro hacia opciones más nacionalistas y pragmáticas.
El fenómeno no es aislado. Desde el acercamiento de Meloni a figuras como Trump y Elon Musk, hasta las tensiones entre la soberanía económica y la integración global, Europa parece moverse hacia un paradigma menos liberal. Este cambio, aunque representa riesgos a corto plazo, podría ser inevitable si las clases dirigentes no consiguen reconectar con los votantes.
El declive del movimiento woke
El cambio de vientos no se limita a Europa y Estados Unidos. Canadá, bajo Justin Trudeau, ha sido uno de los estandartes del movimiento woke, pero su reciente dimisión señala que incluso las causas progresistas más bien intencionadas no están inmunes a la fatiga social. Trudeau, tras casi una década en el poder, admitió en su despedida una paralización política preocupante. La promesa de una agenda verde y socialmente inclusiva quedó atrapada en debates interminables, y su partida puede abrir espacio a un nuevo ciclo de políticas menos restrictivas.
En este contexto, el papel de Biden es crucial. Su alianza con Trudeau reforzó la agenda verde y el control económico, pero el descontento creciente sugiere que este modelo necesitará renovarse o ceder terreno. Si algo hemos aprendido en esta última década, es que la política es un juego de ciclos, y los movimientos extremos, sean progresistas o conservadores, rara vez permanecen en el centro por mucho tiempo.
El tablero político global cambia rápidamente, y es fundamental analizar hacia dónde nos llevan estos vientos. ¿Estamos ante un retroceso o una corrección natural del péndulo? Lo único cierto es que, en este mar de incertidumbres, la respuesta no será sencilla.