La dinastía de Bashar al-Assad en Siria ha llegado a su fin tras un inesperado y vertiginoso avance de los grupos de oposición que, en cuestión de días, capturaron Damasco y otras ciudades clave. Este cambio drástico marca el colapso del régimen que gobernó Siria durante más de cinco décadas, dejando al país en un estado de incertidumbre política y social.
La revolución que cambió el panorama político
El grupo Hayat Tahrir Al-Sham (HTS), liderado por Ahmed Al-Sharaa, fue el principal artífice de la ofensiva que derrocó al régimen. En una demostración de organización y unidad, HTS logró tomar el control de Damasco el 2 de diciembre y, simultáneamente, capturó Homs, una de las ciudades estratégicas del país. Mientras tanto, otros grupos opositores consolidaron su dominio en regiones del norte y sur del país.
La caída de Assad se confirmó cuando la televisión estatal siria anunció el “triunfo de la gran revolución siria”. El propio Assad, junto con su familia, huyó a Moscú, donde el gobierno ruso le concedió asilo, cerrando así un capítulo de su historia marcado por conflictos, sanciones y una guerra civil devastadora.
Celebraciones y precaución internacional
Imágenes de celebración inundaron las calles de Damasco y otras ciudades, donde los sirios expresaron su alivio por el fin del régimen ampliamente despreciado. En Turquía, hogar de millones de refugiados sirios, también hubo muestras de júbilo. Sin embargo, la comunidad internacional observa los acontecimientos con cautela.
Estados Unidos e Israel, entre otros países, han manifestado preocupación ante la posibilidad de que HTS y otras facciones rebeldes, consideradas organizaciones terroristas, tomen el control total del país. Israel, en particular, ha reforzado sus posiciones en los Altos del Golán, mientras su embajador ante la ONU advirtió sobre el riesgo de que armas del régimen caigan en manos de grupos hostiles.
Impacto en los aliados de Assad
La caída de Assad supone un golpe significativo para Rusia e Irán, sus principales aliados. Desde 2015, ambos países habían respaldado militarmente al régimen, inclinando la balanza del conflicto a su favor. Sin embargo, las tensiones en otros frentes, como la guerra en Ucrania para Rusia y los conflictos regionales para Irán, redujeron su capacidad de respuesta ante esta crisis.
El grupo Hezbolá, aliado clave de Teherán, también ha enfrentado debilitamientos tras enfrentamientos recientes con Israel, lo que limitó su capacidad de apoyo.
Un futuro incierto para Siria
La caída del régimen de Assad no garantiza estabilidad inmediata para Siria. Aunque Ahmed Al-Sharaa ha asegurado que su grupo respetará a las minorías y mantendrá a Mohammad Ghazi al-Jalali como primer ministro interino, el proceso de transición hacia un gobierno estable será complejo y probablemente conflictivo.
La ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, enfatizó la necesidad de evitar que el país caiga en manos de radicales. Francia, por su parte, llamó a una solución política inclusiva que fomente la reconciliación y la reconstrucción.
Según expertos, Siria podría enfrentar una fase de fragmentación prolongada, mientras diferentes grupos rebeldes intentan consolidar su poder y actores internacionales buscan influir en el balance de fuerzas.
El legado de un conflicto devastador
La guerra civil siria ha dejado un saldo trágico: entre 300.000 y 500.000 muertos, más de 10 millones de desplazados y un país económicamente devastado. En 2018, el Banco Mundial reclasificó a Siria como un país de bajos ingresos, con un PIB reducido a menos de la mitad de su nivel en 2010.
La caída de Assad representa el fin de una era, pero también plantea enormes desafíos para Siria y su pueblo. La reconstrucción del país, tanto física como socialmente, dependerá de la capacidad de los sirios y de la comunidad internacional para forjar un camino hacia la paz y la estabilidad. Mientras tanto, el mundo observa con expectativa y cautela el desenlace de este histórico cambio de poder.