Claves del día de Jose Antonio Vizner
Tras el turbulento mandato de Joe Biden, que dejó una economía golpeada y a una izquierda debilitada, nos encontramos en un momento de cambio radical en la política estadounidense. La elección de Donald Trump ha consolidado el poder republicano, dándole el control del Senado, la Cámara de Representantes y, por supuesto, la Casa Blanca. Para muchos conservadores, esto se traduce en una “lotería” política: el poder para implementar sin frenos las políticas de Trump y revertir los pilares de la administración Biden.
Trump, quien ha agradecido la transición política y ha prometido un liderazgo estable, pasa ahora de ser una “amenaza para la democracia”, como lo percibían sus detractores, a convertirse en una “amenaza para la burocracia.” Los republicanos están listos para reducir regulaciones y cambios fiscales, una estrategia que podría acelerar la economía y desmontar el aparato burocrático que tanto han criticado. Pero en la otra cara de la moneda, esto también coloca a Estados Unidos en una posición de aislamiento en algunos temas clave, como la ayuda internacional y el conflicto en Ucrania.
Mientras tanto, Europa se enfrenta a una crisis de competitividad sin precedentes, impulsada en gran medida por la escalada en los precios de la energía. En un reciente informe de Financial Times, vemos como Alemania ha comenzado a rechazar cargamentos de gas natural ruso, un paso que destaca el impacto de las tensiones políticas en la estrategia energética. La dependencia de la energía cara está afectando enormemente a la industria europea: desde 2019, los precios del gas han subido un 123% en el Reino Unido, un 93% en Francia, un 50% en Italia y un 137% en Polonia. Mientras tanto, Estados Unidos, con precios de energía en descenso, se posiciona como un refugio atractivo para la industria. Europa no puede competir con Estados Unidos o con el mundo.
Es evidente que la política energética de Europa está socavando su competitividad global. La industria no solo sufre los aumentos de precio en electricidad y gas, sino que observa con recelo cómo en Estados Unidos los costos bajan, atrayendo cada vez más capital y proyectos que, de otra forma, permanecerían en Europa. Marko Jukic lo resumió perfectamente en su red social: “Los precios de la electricidad en Europa se han disparado, mientras que en Estados Unidos la electricidad barata se ha vuelto aún más barata”. Esta realidad está empujando a la industria europea hacia Estados Unidos, en busca de una estructura de costos que Europa, con sus políticas actuales, no puede ofrecer.
A medida que los republicanos afianzan su control y crece la posibilidad de que Trump modifique el apoyo de Estados Unidos a Ucrania, Europa comienza a evaluar medidas de respaldo. Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, sugirió recientemente que la Unión Europea podría recurrir a los activos rusos congelados como una fuente de financiamiento para apoyar a Ucrania, si Washington decidiera recortar su ayuda. Este movimiento, sin embargo, representa una línea roja para Rusia y podría traer consecuencias geopolíticas significativas para Europa, que ya enfrenta presiones en defensa y seguridad.
La retirada de Estados Unidos como respaldo para Ucrania cambiaría radicalmente la situación, dejando a Europa sola para manejar una guerra en sus fronteras. Este cambio significaría no solo asumir un mayor costo financiero, sino también afrontar una amenaza directa de seguridad en un contexto en el que varios líderes europeos han admitido su limitada capacidad militar frente a Rusia.
Así, mientras EE. UU. atraviesa un cambio interno radical con la administración Trump y su “triple corona” republicana, Europa se encuentra en una encrucijada compleja. Si persisten las tendencias actuales, Europa corre el riesgo de debilitar su posición en la economía global, especialmente frente a potencias que pueden ofrecer costos de energía más bajos. La combinación de una crisis energética prolongada, una posible reducción de apoyo a Ucrania y la falta de opciones de defensa sólida dejan a Europa en una situación vulnerable.
Es imperativo que los líderes europeos encuentren un equilibrio. Las decisiones en torno a la energía y la defensa deben alinearse con una estrategia de crecimiento competitivo, que permita a Europa no solo sostenerse económicamente, sino también afrontar los desafíos de un mundo cada vez más polarizado. Esta es una crisis de supervivencia para Europa y una oportunidad para EE. UU. ¿Será capaz Occidente de adaptarse a estos nuevos desafíos? La respuesta, sin duda, definirá el curso de esta década.