Claves del día de Jose Antonio Vizner
Vivimos tiempos en los que la inteligencia artificial y la geopolítica parecen estar cada vez más entrelazadas. El caso de DeepSeek es un claro ejemplo de ello. Su ascenso meteórico en el sector de la IA ha sido celebrado como un hito tecnológico, pero ahora surgen acusaciones de que se habría entrenado utilizando modelos de OpenAI. Si esto es cierto, cambiaría por completo la narrativa: ¿realmente estamos viendo una revolución en la IA o simplemente una redistribución de los avances ya logrados en Occidente?
No es casualidad que Alibaba haya decidido lanzar su modelo Qwen 2.5 en este momento. Si las afirmaciones de que supera a DeepSeek V3 son ciertas, podríamos estar presenciando una verdadera competencia global por la supremacía en inteligencia artificial. Esto tiene implicaciones profundas no solo en la tecnología, sino también en la economía y la seguridad de las naciones.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, Bill Gates y Elon Musk se enfrentan en una batalla de declaraciones que refleja una lucha más grande entre las élites económicas y políticas. Gates ha criticado duramente a Musk por su supuesta influencia en la política europea, calificándola como una “locura”. Pero lo realmente interesante aquí es que ambos, con intereses millonarios en China, parecen estar más preocupados por lo que ocurre en Alemania y Reino Unido que por las decisiones que se toman en Pekín o Washington.
Lo que realmente se está evidenciando es una pelea de poder en la que cada bando intenta asegurar su dominio en la era de la inteligencia artificial y la transición energética. Y esta última es otro frente de batalla que cada vez se complica más.
La administración de Trump, a través de su portavoz Karoline Leavitt, ha dejado claro que no habrá más fondos para la llamada “estafa verde”. Con una Europa comprometida con la transición ecológica y un Estados Unidos que se retira del juego, el Viejo Continente parece quedar atrapado en una estrategia que no solo es costosa, sino que, de momento, no tiene un plan B viable.
Y en ese contexto, Alemania se encuentra en caída libre. Durante años, su economía se basó en la exportación industrial, con un sector automovilístico fuerte y altamente competitivo. Pero hoy, las amenazas arancelarias de Estados Unidos, el enfriamiento del mercado chino y los altísimos costos energéticos están arrastrando al país a una crisis estructural.
Los datos son alarmantes: la producción industrial alemana ha caído un 15% desde 2018 y más de 300.000 millones de euros han salido del país desde 2021. Si a esto le sumamos la caída de beneficios de Audi y el impacto en las finanzas de ciudades como Ingolstadt, la conclusión es clara: la desindustrialización está avanzando más rápido de lo que nadie esperaba.
Alemania tiene dos opciones: encontrar una solución energética viable o aceptar que su modelo económico está en proceso de desmantelamiento. Y si Alemania cae, el impacto en Europa será devastador. La pregunta es si los líderes europeos están dispuestos a reconocer esta realidad o si seguirán apostando a una transición verde que, de momento, parece más una utopía que una estrategia sostenible.
Lo cierto es que la inteligencia artificial, la geopolítica y la economía están más conectadas que nunca. Lo que ocurra en los próximos meses definirá no solo el futuro de la IA, sino también el equilibrio de poder a nivel global.