Claves del día con Jose Antonio Vizner
En el último año, hemos sido testigos de cambios profundos en el panorama político y militar de Oriente Medio, y, aunque la postura de Israel ha sido clara, los desafíos a su alrededor no dejan de aumentar. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha dejado claro ante sus soldados en el Líbano que su país ha cambiado “por completo la realidad” en este último año. Y aunque no es una sorpresa que Israel busque redefinir el orden en la región, lo que llama la atención es cómo lo está haciendo: sin el visto bueno de Estados Unidos y asumiendo los riesgos de una guerra total.
Para muchos, esto es un juego peligroso. Emmanuel Macron, presidente de Francia, ha pedido detener de inmediato el suministro de armas a Israel, un mensaje dirigido especialmente a Estados Unidos, su mayor proveedor. No es una petición sin fundamento. En Occidente y Europa, se multiplican las voces que piden pausas en la entrega de armas, especialmente ante la creciente preocupación por el uso que se les está dando. Quien apoye militarmente a Israel, parece estar bajo el escrutinio internacional, y eso está generando tensiones.
Estados Unidos, en su tradicional papel de mediador, ha visto cómo su relación con Israel se ha tensado en las últimas semanas. Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, ha sido tajante: se mantendrá la “presión” sobre Israel para que considere un alto el fuego que alivie las tensiones en la región. Sin embargo, a pesar de las demandas, Israel no parece estar dispuesto a ceder. Netanyahu lo ha dicho con firmeza: “O estás con Israel o estás con el enemigo”. No deja espacio para la neutralidad, y eso, en un contexto tan volátil, es alarmante.
La situación es tan compleja que ni siquiera Irán ha permanecido al margen. Medios locales afirman que el gobierno iraní ya tendría lista su respuesta en caso de un ataque israelí, lo que añade más leña al fuego. Mientras Israel se pregunta cómo respondería Irán ante un nuevo ataque, uno no puede evitar preguntarse si estamos al borde de un conflicto aún más amplio y destructivo.
Es evidente que el mundo se está polarizando. Israel y sus aliados parecen estar alineándose hacia un conflicto directo, mientras que las potencias occidentales, especialmente en Europa, dudan sobre cómo proceder. Macron insta a detener la venta de armas, y el presidente de Israel, Isaac Herzog, pide al mundo que apoye a su país para conseguir la paz. A primera vista, esto parece una contradicción, pero en realidad refleja el dilema global: apoyar a Israel en su lucha por la seguridad o detener un conflicto que podría incendiar toda la región.
El impacto de estas tensiones no solo es político. Los mercados financieros también están respondiendo. Bloomberg ha destacado cómo los operadores de bonos se preparan para lo que llaman un “no aterrizaje” tras las sorpresas del mercado laboral en Estados Unidos. En pocas palabras, el mercado laboral estadounidense sigue mostrando un crecimiento tan robusto que los rendimientos de los bonos del Tesoro están aumentando. El riesgo es que, con una economía tan fuerte, la Reserva Federal de EE. UU. no necesite recortar los tipos de interés tan pronto como algunos esperaban.
Este es un problema especialmente para Europa. Mientras que Estados Unidos parece capaz de controlar la inflación sin hundir su economía, Europa no está en la misma posición. Nos enfrentamos a un escenario en el que la economía estadounidense podría separarse de la europea, un fenómeno conocido como “decoupling”. Y eso tiene consecuencias importantes: el dinero fluye hacia donde hay menos riesgo y mayor rentabilidad. Si Estados Unidos sigue siendo más atractivo, los inversores se irán hacia allí o hacia Asia, dejando a Europa lidiando con los restos de una economía más débil y con menos margen de maniobra.
En resumen, nos encontramos en un momento de grandes tensiones y cambios, tanto en el terreno político como en el económico. Israel busca redefinir el orden en Oriente Medio a su manera, mientras el resto del mundo se debate entre apoyar sus acciones o contener una guerra total. A la par, la economía global está experimentando un reajuste que podría dejar a Europa en una posición vulnerable. Todo esto plantea una pregunta crucial: ¿Estamos preparados para lo que viene?