Claves del día de Jose Antonio Vizner
En el actual escenario global, estamos siendo testigos de una escalada en múltiples frentes que amenaza con redibujar el mapa geopolítico tal como lo conocemos. Uno de los aspectos más alarmantes es la posible participación de tropas norcoreanas en el conflicto de Ucrania, según informan fuentes de Estados Unidos, Corea del Sur y otras naciones occidentales. Se rumorea que estas fuerzas estarían tratando de unirse al ejército ruso para colaborar en la recuperación de Kursk, una región actualmente bajo el control de las fuerzas ucranianas lideradas por Zelensky. Esta situación plantea preguntas importantes sobre los alcances que podría tener esta guerra, así como el tipo de alianzas que están emergiendo en un conflicto que no da señales de disminuir.
En este contexto, me parece fundamental reflexionar sobre el papel que juega la comunidad internacional, específicamente la ONU, en la búsqueda de una tregua. La reciente reunión entre el Secretario General de la ONU, António Guterres, y el presidente ruso, Vladímir Putin, es un pequeño atisbo de esperanza. Este encuentro, el primero desde que comenzó la guerra, podría marcar un punto de inflexión en las conversaciones para detener las hostilidades, aunque también cabe preguntarse si realmente se logrará avanzar hacia una solución diplomática o si, como tantas veces antes, esta guerra se convertirá en un conflicto prolongado e incontrolable.
Lo que resulta inquietante es que, según informes del Financial Times, Putin estaría considerando seriamente la inclusión de tropas norcoreanas para recuperar Kursk, un movimiento que, de confirmarse, tendría graves implicaciones para la estabilidad de la región y para las dinámicas de poder entre Occidente y sus oponentes. Si algo nos ha enseñado este conflicto es que cada nuevo actor o alianza que se suma a la ecuación complica aún más la posibilidad de alcanzar la paz.
Pero mientras las miradas se concentran en Ucrania, hay otro frente igual de inquietante que no podemos ignorar: Oriente Medio. En la reciente Cumbre de los BRICS, el presidente iraní, Masoud Pezeshkian, puso el dedo en la llaga al afirmar que los conflictos en Líbano y Palestina deberían estar en el centro de cualquier esfuerzo por lograr la paz en la región. La constante tensión entre Israel y Palestina es una herida abierta que, lejos de cerrarse, parece empeorar con cada día que pasa. Las palabras de Pezeshkian son un recordatorio de cómo las políticas exteriores de las potencias occidentales han contribuido a avivar estas llamas, y su condena a las sanciones de Estados Unidos a Irán es solo un síntoma de cómo la política de bloques sigue provocando más conflictos que soluciones.
Este escenario en Oriente Medio no es menos peligroso que el de Europa del Este, y lo que sucede en ambas regiones está profundamente entrelazado. Lo que a veces parece ser una guerra local o regional, en realidad tiene raíces globales, y los actores involucrados están mucho más conectados de lo que aparentan. No es coincidencia que mientras en Ucrania se discuten posibles acuerdos de paz, en otras cumbres internacionales, como la celebrada en Kazán, líderes como Xi Jinping se refieren a la crisis ucraniana como un asunto de interés geopolítico que requiere la cooperación del Sur Global para encontrar soluciones basadas en la paz y no en la escalada de violencia. Las palabras de Xi son, sin duda, importantes en este contexto, ya que sugieren una estrategia alternativa a las políticas de confrontación que hemos visto hasta ahora. Sin embargo, también me pregunto hasta qué punto esa llamada a la paz puede mantenerse cuando China, al igual que otros actores, sigue preparándose militarmente a niveles sin precedentes.
Y es que, en medio de todo esto, no podemos ignorar el inquietante crecimiento del arsenal nuclear mundial. Un dato que debería alarmarnos a todos es el pronóstico de que China superará las 1000 ojivas nucleares para el año 2030. En 2018, contaban con alrededor de 200, y para 2024 se espera que su cifra supere las 500. Este aumento exponencial refleja una carrera armamentista global que no muestra señales de desaceleración. Mientras tanto, Rusia se mantiene como uno de los países más fuertemente armados, con cerca de 1500 cabezas nucleares estratégicas y más de 2000 no estratégicas. En 2028, esos números podrían ser aún mayores.
Esto me lleva a una reflexión inevitable: ¿cómo podemos hablar de paz, cómo podemos siquiera soñar con una tregua global cuando los principales actores de la escena internacional siguen acumulando armas nucleares a un ritmo vertiginoso? China, Rusia, Estados Unidos, y otros actores están en una carrera por el poder y la influencia que no se detiene, y los que más sufren son las poblaciones civiles atrapadas en los conflictos.
Nos enfrentamos a un futuro en el que la diplomacia parece perder terreno frente a la fuerza militar. Sin embargo, no podemos darnos el lujo de rendirnos a la desesperanza. Las reuniones de alto nivel, como la de Guterres y Putin, o las cumbres de los BRICS en Kazán, son un recordatorio de que, a pesar de todo, siempre existe una pequeña ventana para la negociación, para el entendimiento. Quizás la verdadera pregunta es si los líderes mundiales estarán dispuestos a aprovechar esas oportunidades antes de que el mundo caiga en un abismo aún más profundo del que ya estamos.